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Te has puesto a pensar con cuántas personas  te cruzas al día, y a cuántas de ellas saludas, a cuántas otras, solo sonríes y con cuántas entablas largas o menudas conversaciones, posiblemente sean innumerables, y sendos los momentos, que nos enfrentan a ese instante de decir hola, buenos días, buenas tardes, que encontrarán su correspondencia en un gesto similar, que nos hará sentir reconocidos, pero puede suceder lo contrario, que en los espacios que ocupamos, nunca digamos u oigamos la frase recíproca o llave a una conversación, al requerimiento de la información, al formal camino para comunicar algo, o también podrá pasar que ese saludo rebote en el oído de su receptor, ya en un caso u otro, muchas veces hemos protagonizado esas escenas, bien por ser los que ignoran o por ser los ignorados, y en este punto, te pregunto y me pregunto, cómo se siente ser ignorado,  particularmente a mí me deja la  impresión del vacío e incomodidad, y probablemente dependiendo de las circunstancias de cada uno, tenga distintas connotaciones, pero no saludar,  es solo falta de modales, o cuestión de la pérdida de valores, como tanto se menciona, o de una mente dispersa, o tal vez consecuencia de esta vida que cada vez va más rápido, o será que los padres, abuelos, maestros, y sociedad en general, hemos dejado de hacer hincapié, como se hacía, incluso a punta de palmeta, en otros tiempos, en esta norma de conducta, que más que norma, es la señal de respeto a la dignidad del otro y por la que nos sentimos iguales.

Cuándo nos ganó la incultura, el tiempo y el desdén, para omitir saludar o esbozar esa sonrisa, y optamos por divagar en estas calles como zombies, estas preguntas empezaron a inundar mi mente, cuando tras bajar de un taxi, su conductor, me incluía como parte de un escaso veinte por ciento, de personas que aun saludan, y si esto ya me causó alarma, la frase final me conmovió más, al decirme que la sensación que se dejaba al no contestar el saludo o no saludar, era no solo la de la mala educación, sino la nota de desprecio implícita en ese acto, porque la persona que está frente a ti no te importa, ni te merece ese gesto de cortesía,  que ojo vale decir, que esta conducta, no es característica solo de personas que no han recibido una adecuada instrucción, sino nos comprende a todos, indistintamente de nuestra profesión, origen, sexo o estrato social.

Dónde quedaron todas esas enseñanzas de Carreño, las recomendaciones insistentes de la abuelita, la disciplina inculcada en los colegios; qué nos pasó, por qué ahora el que saluda es la excepción a una regla común, que nos debiera distinguir, no por su escasez sino por su frecuencia y calidez.

Pienso, que mucha de la violencia que vemos hoy en día como parte de los titulares de periódicos y noticieros, es resultado de haber olvidado esas buenas maneras que se apoyan precisamente en nuestros valores, valores que no surgieron de la nada sino que se nos transmitieron, a través del ejemplo y de las reglas de urbanidad que hacían aflorar  lo mejor de nosotros.

Cómo entonces revertimos esta situación, lamentando la inexorable crisis de los valores o diciendo lo mucho que ha cambiado la vida dejándonos llevar por su torrente, o más bien, manifestándonos en clara rebeldía ante lo que está sucediendo, creando conciencia de que estas prácticas se deben retomar, no solo en contextos específicos o con ciertas personas, sino siempre y  de manera habitual, demostrando un trato cada vez más amable, pese a que la respuesta numerosas veces sea la indiferencia.

Saludemos con una frase breve o efusiva, con una sonrisa o de manera formal, con un apretón de manos, que demuestre nuestra franqueza o camaradería,  pero no dejemos que nos envuelva la indolencia, no seamos presa de esa pobre costumbre que denota desconsideración y desaire, de hoy en adelante que nuestra protesta se eleve con un hola a la vida, en reconocimiento a la existencia y  valía del otro y la de uno mismo.

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