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Desde hace un tiempo, es recurrente en nuestros temas de conversación, la crisis por la que  atravesamos en el país, lo agobiados que estamos por la corrupción, la inseguridad, la falta de trabajo, el índice de pobreza que se ha elevado después de algunos años, y ante tamaño aluvión de problemas, que ensombrece nuestra mirada y la llena de lágrimas e impotencia por ver que quienes tienen en sus manos reconducir el destino del país, nos dan más motivos para la queja como la leña que aviva las brasas, ver que las oportunidades se van, como se va nuestra vida en las horas que permanecemos atrapados en el tráfico o en la indiferencia de un Estado que no nos ve, al que demandamos respuestas, efectivas y solo tenemos el paliativo discurso populista que a la mayoría no le alcanza para comprar un poco más de pan, para aspirar a una formación mejor, a un buen salario, a una atención adecuada en los servicios de salud, a una vivienda apropiada y es que pareciera que cumplimos una sanción, por la que, se nos restringe el respeto a nuestra dignidad, pese a ser el fin supremo de la sociedad y el Estado.

Y ya con un halo de resignación y desconfianza, pensamos si esto tendrá una solución, que no sea precisamente deshacernos del Congreso, de todos los políticos y autoridades que fueron elegidos, para que con sus actos y gestiones nos procuren, desde sus puestos, el bienestar que tanto anhelamos, pero cuya labor dista de cumplir tan noble cometido.

Este panorama nos ha acostumbrado y condicionado a ver el mundo gris, como nuestra sobrepoblada capital, donde en vez de vivir se sobrevive, realidad que no es ajena a otras regiones del país, sin embargo,  como muestra de que el pueblo peruano está lleno de una esperanza y fe inquebrantables, inexplicablemente se mantiene de pie, aun riendo, aun compartiendo, aun mostrando solidaridad, emprendiendo, aunque esa inusual hazaña se convierta en un sueño extraído del mundo del nunca jamás, que desafía cualquier realidad y toda lógica, como una respuesta llena de lisura, lisura que caracteriza al peruano que ve la forma de sacarle la vuelta a la adversidad, lamentablemente en muchos casos de la mano de la informalidad, la criollada y la instaurada cultura de «el vivo», condición que se presenta como ejemplo de aquella norma en la que solo el fuerte sobrevive y porque nuestras circunstancias nos han hecho a la mala fuertes.

Por eso resaltar o ver, cosas buenas es inusual porque pasamos de ellas, o se hace cuando son realmente extraordinarias, o porque las atribuimos a un milagro, que puede deberse a algo espiritual pero mucho más a la persistencia, pues en el Perú si no eres PERSISTENTE en letra mayúscula, difícilmente podrás coronar con éxito aquellas atesoradas metas, haciendo latente aquella sentencia deportiva que dice que «si el peruano no sufre no vale», pero como consideramos que toda acción buena, positiva,  aun cuando sea pequeña nos conmueve y enerva sentimientos de orgullo buscaremos destacarlas, a través, de nuestras palabras, para dejar de vivir aunque sea por un instante en gris, pintando estos medios del color de la esperanza que nos motive y encienda nuestra alma.

 

 

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